Un hombre desaparece durante 40 años hasta que una mujer compra un coche usado viejo

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Capítulo 1: El Mercedes barato

Margaret se quedó mirando el anuncio en el papel descolorido. La subasta del gobierno se llevaría a cabo unos días después y allí estaba: un viejo Mercedes-Benz 190E de 1983, catalogado como “en mal estado pero manejable”. No tenía idea de qué la impulsó a asistir, pero su viejo auto finalmente se había estropeado y necesitaba algo nuevo, incluso si estaba lejos de ser perfecto. Con un presupuesto ajustado y ningún deseo de obtener un auto nuevo a crédito, el Mercedes parecía una opción decente, aunque muy lejos de los modelos nuevos y elegantes con los que alguna vez había soñado.

Su mente había estado llena de la familiar monotonía de su rutina diaria: trabajar en el restaurante de la calle, administrar su pequeño apartamento y tratar de mantenerse al día con las facturas que parecían acumularse más rápido de lo que podía pagar. Un coche era esencial para su trabajo, especialmente después del corte del servicio de autobús local. El viejo sedán que conducía hacía tiempo que había dejado de ser fiable. Entonces decidió que el Mercedes, por muy desgastado que estuviera, era la elección correcta.

El día de la subasta, ella estaba entre la multitud de postores, su corazón latía con fuerza en su pecho mientras los vehículos se alineaban para su inspección. El Mercedes no era impresionante, estaba cubierto de manchas de óxido y una capa de polvo, y el interior beige parecía haber pasado por más de una mala racha. Pero había algo en ello, algo que hizo que Margaret sintiera una extraña sensación de familiaridad. Tenía potencial, escondido tras años de abandono.

Cuando comenzó la subasta, apenas tuvo tiempo para pensar. La voz del subastador resonó en el aire mientras el precio subía rápidamente. Margaret vaciló un momento y miró su reloj. No tenía mucho de sobra, pero la idea de caminar de nuevo a casa fue suficiente para seguir adelante.

“Quinientos dólares”, dijo, con voz firme pero insegura.

Los demás postores la miraron, pero ninguno parecía interesado en el viejo coche. La puja se estancó y Margaret no podía creer su suerte. Ella empujó su suerte un poco más allá.

“Seiscientos”, dijo de nuevo, esta vez con más confianza.

Los primeros días con el Mercedes estuvieron lejos de ser glamorosos. Arrancó con dificultad, el motor chisporroteaba y tosía como si despertara de un largo sueño. Pero funcionó, aunque apenas. Margaret pasaba las tardes conduciéndolo por la ciudad, familiarizándose con sus peculiaridades. El coche olía a cuero viejo y a polvo, pero había en él un extraño consuelo, como si tuviera una historia que contar, una historia que ella aún no conocía.

Al tercer día, mientras revisaba el asiento trasero, encontró algo inesperado. Debajo del asiento de cuero agrietado, vio un objeto pequeño y polvoriento encajado entre los cojines del asiento. Un rollo de película. Margaret lo miró fijamente por un momento, sus dedos rozando la superficie. Era extraño: ¿por qué alguien dejaría un rollo de película en un lugar así?

Curiosa, sacó la película y la inspeccionó. Parecía viejo, pero no como si hubiera estado allí durante décadas. Fue un hallazgo extraño y una pequeña parte de ella se preguntó por qué alguien dejaría algo tan personal en un lugar tan aleatorio.

Llevó la película a un laboratorio fotográfico local, sin saber qué podría descubrir. El técnico le quitó el rollo con una ceja levantada, pero prometió desarrollarlo por una pequeña tarifa. “Tomará unas horas”, dijo el hombre, encogiéndose de hombros.

Cuando Margaret regresó, aceptó nerviosamente el sobre con las fotografías. No sabía lo que esperaba: viejas fotografías de vacaciones, tal vez, o tomas aleatorias de personas que nunca había conocido. Pero lo que encontró fue mucho más intrigante.

La primera foto era de un joven parado junto al mismo Mercedes que ella ahora poseía. Tenía el pelo oscuro y rizado y una sonrisa encantadora. Llevaba una chaqueta vaquera y parecía estar parado en la esquina de una calle, con el edificio detrás de él como una reliquia descolorida de un tiempo lejano. La foto estaba granulada, pero era lo suficientemente clara como para distinguir los detalles. Era una imagen impactante, que no parecía pertenecer al coche ni a la época de la que procedía.

Margaret hojeó el resto de las fotografías, cada una de las cuales mostraba al mismo joven en distintos escenarios: en una playa, sentado en un café y de pie junto a lo que parecía ser una granja. En cada imagen, parecía feliz, incluso despreocupado. Pero lo que más la llamó la atención fue la última imagen.

En la esquina de la foto alguien había escrito con lápiz: “David Armitage, 1985”.

Margarita se quedó helada. Había oído el nombre antes.

David Armitage era el joven que había desaparecido misteriosamente en 1985, dejando atrás sólo preguntas y oraciones sin respuesta. El caso había perseguido al pequeño pueblo donde vivía durante años. Su desaparición fue uno de los casos sin resolver más conocidos, uno que nunca pareció resolverse. La policía nunca encontró ningún rastro de él y, con el tiempo, la investigación quedó en un segundo plano. La gente había seguido adelante con sus vidas, pero las preguntas persistían: ¿adónde había ido David? ¿Qué le había pasado?

El corazón de Margaret comenzó a acelerarse. Este hombre de la foto… ¿era él? Inmediatamente pensó en los recortes de periódico que había visto de niña, los que su madre guardaba en el cajón. Pero la foto no pareció responder a ninguna de las preguntas: sólo planteó más. ¿Por qué las fotos estarían en su auto, de todos los lugares?

Sintió una repentina oleada de excitación y temor. Tenía que averiguar más. Esto no fue sólo una coincidencia: fue una pista. Una pista que podría llevarla a respuestas que habían sido enterradas

durante décadas.

Después de que pasó el shock inicial, Margaret comenzó a profundizar más. Pasó los siguientes días buscando en registros antiguos, llamando a cualquiera que pudiera haber conocido a David, tratando de resolver el misterio. Cuanto más descubría, más intrigada se sentía. La desaparición de David nunca había tenido sentido y ahora ella tenía una parte del rompecabezas en sus manos.

Pero ¿cuál era la conexión entre el Mercedes y la historia de David? ¿Y por qué esas fotos terminaron en su poder?

Una cosa sabía con seguridad: no iba a dejar que este misterio se desvaneciera como lo habían hecho tantos otros. Esta era su oportunidad de encontrar la verdad.

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