Un hombre desaparece durante 40 años hasta que una mujer compra un coche usado viejo

Capítulo 3: Un rostro del pasado

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Margaret pasó los siguientes días obsesionada con las fotografías. En cada momento libre, se sentaba en su apartamento, examinando cuidadosamente cada imagen, intentando descifrar la vida tras el hombre de las fotos. El misterio que rodeaba a David Armitage, este joven desaparecido hacía más de cuarenta años, empezaba a consumirla. Su rostro, tan vibrante y vivo en las fotografías, ahora la atormentaba.

Cuanto más pensaba Margaret en ello, más segura estaba de que no se trataba de una simple reliquia olvidada del pasado. Era una pista que podría llevarla a respuestas. ¿Quién era David? ¿Por qué había dejado esas fotografías en el coche? Y, lo más importante, ¿por qué las había encontrado ahora?

Había pasado incontables horas investigando la desaparición de David, rebuscando entre viejos recortes de prensa y artículos en la biblioteca. Lo que había descubierto hasta entonces solo ahondaba el misterio. No había respuestas definitivas, solo especulaciones interminables. Algunos decían que se había escapado, otros susurraban que había sido víctima de un delito. Pero ninguna de las teorías parecía encajar. David había desaparecido una noche sin que nadie supiera por qué.

Margaret no era detective, pero algo en la historia no le cuadraba. Cuanto más examinaba las fotografías, más se convencía de que la historia de David ocultaba algo más de lo que nadie había imaginado. No podía explicarlo, pero sentía una innegable necesidad de descubrir la verdad. Las fotografías, pensó, eran una clave. Una clave para algo que había estado oculto durante demasiado tiempo.

A la mañana siguiente, Margaret decidió hacer algo que había estado evitando: fue a visitar a la familia de David. No estaba segura de cómo reaccionarían, ni de si siquiera la recordarían, pero necesitaba saber más. Necesitaba escuchar la historia de quienes mejor habían conocido a David.

Los padres de David, Helen y Richard Armitage, aún vivían en la misma casa donde lo habían criado. Era una casa modesta a las afueras del pueblo, que parecía no haber cambiado mucho desde la década de 1980. El césped estaba impecablemente cuidado y los parterres estaban bordeados de rosas bien cuidadas. Margaret respiró hondo mientras se encontraba en la puerta principal, sin saber qué esperar.

Al llamar, la puerta se abrió lentamente, revelando a una mujer de unos setenta años, con el pelo un poco más canoso, pero aún lúcida y despierta. Margaret la reconoció al instante: era Helen Armitage, la madre de David. Había tristeza en sus ojos, una profunda pena que no la había abandonado del todo desde la desaparición de su hijo.

“¿Sí?”, preguntó Helen con voz tranquila pero acogedora.

“Yo… eh… me llamo Margaret. Siento molestarla, pero busco información sobre su hijo, David”, dijo Margaret con la voz ligeramente temblorosa.

El rostro de Helen cambió al instante. La calidez de su expresión se desvaneció, reemplazada por una mirada cautelosa. “¿David? No sé qué más decir. Hace años que se fue. ¿Por qué preguntas por él?” “Encontré algo”, dijo Margaret, con la voz entrecortada. Metió la mano en su bolso, sacó las fotografías y las colocó con cuidado en el porche, delante de Helen. “Estaban en el coche que compré. Creo que podrían ser de David. Yo…”

Helen se quedó mirando las fotografías un buen rato. Su rostro se suavizó y, con las manos ligeramente temblorosas, se agachó lentamente para recogerlas. Las miró una a una, apretando los labios hasta formar una fina línea.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Helen habló, con la voz apenas por encima de un susurro. “Estas… estas son de cuando era más joven. Lo recuerdo tomando fotos así, siempre tan lleno de vida. Pero el día que desapareció… fue como si todo cambiara. Nunca volvió a ser el mismo después de eso. Pensamos que no lo volveríamos a ver. Y entonces… nada. Ni llamadas. Ni cartas. Simplemente se fue”.

Margaret sintió un nudo en la garganta. Sabía que el dolor de perder a un hijo nunca sanaría del todo, pero oírlo con tanta claridad fue devastador.

“Siento sacar esto a colación, pero necesito entender. ¿Por qué se iría? ¿Por qué desaparecería así como así?”, preguntó Margaret con la voz quebrada.

Helen cerró los ojos un momento, como si reuniera fuerzas para hablar. “David siempre fue tan inquieto. Siempre pensaba que había algo más allá afuera, algo más en la vida. Nunca encajó del todo con nosotros. Era un soñador, un vagabundo. Pero nunca pensamos que se iría. Pensábamos que era solo una fase”.

¿Dijo algo antes de irse? ¿Algo en absoluto? —preguntó Margaret con el corazón latiéndole con fuerza.

Helen volvió a mirar las fotos. —Él… él habló de irse. Planeaba ir a un lugar lejano, a un lugar donde pudiera empezar de cero. Nos dijo que quería ir al norte, a encontrar algo, algo que le faltaba. Pero nunca dijo exactamente qué. Y entonces, una noche, simplemente se fue. Esa fue la última vez que lo vimos.

La mente de Margaret daba vueltas. —¿Crees que se fue al norte? ¿Crees que intentaba escapar de algo?

Helen suspiró, con el peso de los años sobre ella. —No lo sé. Ojalá pudiera contarte más. Pero nunca obtuvimos respuestas. La policía hizo todo lo posible, pero no pudo encontrar nada. Había rumores, por supuesto. Algunos decían que se fue a Canadá. Otros que se unió a una secta. Pero nada tenía sentido. Nunca supimos la verdad.

Margaret respiró hondo. —Creo que puedo ayudar. Creo que sé adónde fue. Los ojos de Helen se abrieron de par en par, incrédula. “¿Qué quieres decir? ¿Cómo es posible que lo sepas?”

“No sé cómo explicarlo”, dijo Margaret, con voz serena. “Pero creo que David dejó un rastro. Dejó algo, algo que podría llevarnos a la verdad. Encontré unas fotos, y creo que fueron tomadas justo antes de que se fuera. Creo que podrían ser la clave para entender lo que pasó”.

Helen la miró fijamente un buen rato y luego asintió lentamente. “Si de verdad lo crees, tienes que ir. Tienes que encontrarlo”.

Margaret salió de la casa de los Armitage con una nueva determinación. Había hablado con la madre de David, había escuchado su versión de la historia y ahora estaba más segura que nunca de que estaba en el camino correcto. David se había ido por una razón. Se había ido al norte, tal como Helen le había dicho. Y ahora, Margaret tenía que seguir las pistas, descifrar el misterio y descubrir adónde había ido realmente David.

Las fotografías habían sido el primer paso, pero ahora comenzaba el verdadero viaje. Margaret no sabía adónde la llevaría, pero de una cosa estaba segura: descubriría qué le había sucedido a David Armitage, costara lo que costara.

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