Capítulo 8: La señal en la oscuridad

El mar se tragaba el sonido y la luz por igual.
Allí afuera, bajo el cielo amoratado de una noche interminable, el Aurora’s Wake no era más que una sombra: un solitario fragmento de madera y fuerza de voluntad a la deriva en aguas negras. La lluvia se había desvanecido, pero la niebla era más espesa que nunca, extendiéndose por el océano como el aliento de un gigante invisible.
Ethan estaba al timón; el tenue resplandor rojo del panel de instrumentos iluminaba las líneas definidas de su rostro. Su mirada no se apartaba del horizonte, aunque no había nada que ver. Cada instinto en él estaba vivo: el zumbido en sus venas que solo llegaba cuando el océano se volvía peligroso.
Liam estaba sentado bajo cubierta, encorvado sobre un pequeño monitor alimentado por las últimas baterías auxiliares. La pantalla parpadeaba con estática y tenues rastros de una señal: la misma que el transmisor oculto había emitido una vez.
“Es débil”, murmuró, ajustando los diales. “Apenas un susurro, pero ahí está”.
La voz de Ethan llegó desde arriba, firme pero baja. “¿Dirección?”
“Este-noreste. A unas cuarenta millas náuticas. La señal rebota, como si viniera de algo en movimiento.”
Ethan apretó el timón con más fuerza. “Entonces iremos más rápido.”
Ajustó ligeramente el acelerador. El motor gruñó en protesta, pero obedeció, impulsándolos hacia la niebla. El agua silbaba contra el casco como estática.
Liam volvió a subir a cubierta, frotándose los brazos para protegerse del frío. “¿De verdad crees que vale la pena encontrar lo que sea que haya ahí fuera?”
La mirada de Ethan no vaciló. “No se trata de lo que vale la pena encontrar. Se trata de lo que espera ser encontrado.”
Liam frunció el ceño, ajustándose la chaqueta. “Eso no es reconfortante.”
“No estaba destinado a ser.”
Pasaron las horas. El mundo más allá de la cubierta se había disuelto en la niebla y la luz de la luna. La aguja de la brújula se movía de vez en cuando, perturbada por alguna anomalía magnética invisible. La radio estaba muerta, salvo por el leve zumbido de estática que parecía casi… deliberado.
Liam volvió a comprobar las coordenadas. “Estamos cerca. Quizás a ocho o nueve kilómetros”.
Ethan asintió. “Sigue escaneando”.
Liam ajustó el monitor. La débil señal se disparó repentinamente, nítida y rítmica: un patrón. “Espera, hay algo. Ahora pulsa cada diez segundos. No es aleatorio”.
Ethan apretó la mandíbula. “Siguen transmitiendo”.
“¿Pero quién?”, preguntó Liam.
Los ojos de Ethan se oscurecieron. “Quienquiera que haya tendido la trampa”.
El joven tragó saliva con dificultad. “¿Crees que siguen vivos?”.
“Vivos”, dijo Ethan con gravedad, “o asegurándose de que alguien más lo esté”.
La niebla empezó a disiparse a medida que se acercaban a las coordenadas. Unas formas emergían lentamente de la penumbra; no eran formas naturales. El haz de luz de su foco iluminó la curva de metal que sobresalía del mar.
Liam se inclinó hacia delante, entrecerrando los ojos. “¿Eso es… un barco?”
Ethan redujo la velocidad del motor, dejando que el barco se acercara. La silueta se hizo más nítida: un enorme casco de acero, medio sumergido y oxidado por la sal. No era un pesquero ni un carguero. Era algo más antiguo, industrial, sin nombre ni marcas visibles.
“Es un buque de investigación”, murmuró Ethan. “O lo que queda de uno”.
Liam contuvo la respiración. “Thalassa Marine”.
Ethan lo miró fijamente. “¿Lo reconoces?”
“La estructura… coincide con los planos de diseño de sus plataformas de datos marinas. Vi un esquema durante la sesión informativa de mi contrato de investigación. Pero esto… no debería existir. Los dieron de baja hace años”.
“Al parecer, no todos”, dijo Ethan.
Tomó una linterna y señaló la escalera lateral. “Estamos embarcando.”
Liam dudó. “¿En serio?”
“No estaría aquí si no fuera así.”
La escalera metálica estaba resbaladiza por las algas y el óxido. A medida que subían, el silencio se hacía más profundo: ni pájaros, ni motores, solo el crujido del metal contra el lento ritmo del océano.
La cubierta estaba llena de escombros: cajas destrozadas, instrumentos rotos y los restos de lo que una vez fue una estación de investigación de alta tecnología. El olor a sal y descomposición era intenso.
Liam iluminó con su linterna los restos retorcidos de un conjunto de antenas. “De aquí viene la señal”, susurró. “Sigue activa.”
Ethan se arrodilló junto a una terminal parcialmente aplastada, limpiando los escombros. La pantalla de la máquina estaba rota, pero aún parpadeaba débilmente: una secuencia repetitiva de números y coordenadas.
“Flujo de datos cifrados”, murmuró Liam, agachándose a su lado. “Pero no está transmitiendo a la misma red que antes. Esta es local.”
“¿Qué significa?”
“Significa que la fuente no está transmitiendo. Está esperando a que llegue algo.”
A Ethan se le encogió el estómago. “Un receptor.”
Antes de que Liam pudiera responder, un sonido metálico resonó desde abajo de la cubierta, débil pero inconfundible. Ambos hombres se quedaron paralizados.
La voz de Liam tembló. “Dime que era la marea.”
Ethan negó con la cabeza lentamente. “Ninguna marea suena como unas botas.”
Avanzaron con cautela hacia el sonido, con las linternas cortando la oscuridad. Las paredes del pasillo estaban cubiertas de paneles de control oxidados y cristales rotos. En las profundidades, algo metálico volvió a moverse, de forma pausada, rítmica.
Ethan levantó una mano para pedir silencio y avanzó sigilosamente. Cada paso resonaba en el pasillo hueco como un susurro. Cuando llegaron al compartimento del motor, le indicó a Liam que apagara la luz.
La oscuridad era sofocante. Entonces, un leve movimiento. Una figura, a ras de suelo, arrastrándose entre los escombros.
La voz de Ethan era apenas audible. “Muéstrate”.
No hubo respuesta.
Dio otro paso, y la cosa se movió más rápido, escabulléndose tras una pila de contenedores. Ethan encendió su linterna, cuyo haz atravesó la penumbra, y se quedó paralizado.
No era un animal. Era un hombre.
O lo que quedaba de uno.
La figura se giró, con los ojos abiertos y desorbitados. Tenía la ropa hecha jirones y la piel pálida por la exposición. Parecía medio muerto, pero el miedo en sus ojos estaba vivo.
“No disparen”, dijo con voz áspera, alzando las manos temblorosas. “Por favor.”
Ethan bajó un poco la luz. “¿Quiénes son?”
El hombre tosió con fuerza, con la voz quebrada. “Técnico… Marine de Thalassa… nos dejaron aquí…”
Liam dio un paso adelante con cautela. “¿Dejarlos? ¿Qué quieren decir?”
“Dijeron… que el experimento falló… que venía ayuda…” Rió débilmente, un sonido más parecido a un sollozo. “Eso fue hace tres meses.”
Ethan intercambió una mirada sombría con Liam. “Estaban probando el transmisor.”
El hombre asintió débilmente. “No era solo un rastreador. Era… un enlace de red. Lo llamaban EchoNet. Dijeron que podía alcanzar sistemas de aguas profundas sin satélites. Entonces… algo respondió.”
La voz de Liam fue apenas un susurro. “¿Algo?”
Los ojos del hombre se dirigieron hacia las sombras bajo el suelo enrejado. “Sigue aquí.” Un zumbido bajo y resonante comenzó a elevarse desde debajo de la cubierta; mecánico, pero casi vivo.
“Ethan…”, susurró Liam. “Tenemos que irnos”.
El zumbido se hizo más fuerte, más profundo. Las luces parpadearon, convirtiendo el pasillo en un destello de sombras y acero. Ethan agarró el brazo de Liam. “¡Muévete!”.
Corrieron de vuelta a la cubierta mientras el sonido se convertía en un rugido. El metal bajo ellos comenzó a vibrar. En algún lugar detrás, el técnico medio muerto gritó, un sonido interrumpido a media respiración.
Liam tropezó en la cubierta, jadeando. “¿Qué fue eso?”. Ethan arrancó el motor. “Algo que no debería existir”.
El Aurora’s Wake se separó de la nave abandonada justo cuando un rayo de luz brotó de su casco: un haz que se disparó hacia arriba, hendiendo la niebla como una llamarada desde las profundidades. El océano se agitó, y por un instante, Ethan pudo jurar que vio algo moverse bajo la superficie: inmenso, enroscado y deliberado.
Liam se aferró a la barandilla. “¿Qué acabamos de encontrar?”
La mirada de Ethan permaneció fija en el horizonte, con voz firme pero sombría. “No es una base pirata. No es un laboratorio de investigación”.
Giró el timón bruscamente, alejándolos de la luz parpadeante que había detrás.
“Es un mensaje”, dijo en voz baja. “Y acabamos de responder”.